En los últimos tiempos y con cierta fuerza, ha calado entre nosotros la idea de que todo aquello que hagamos debe ser en primer lugar atractivo. Siguiendo este patrón, somos conducidos a [tratar de] lucir atractivos; escribir textos atractivos; dar clases atractivas; hacer programas de televisión atractivos; confeccionar prendas de vestir atractivas, y así sucesivamente tanto como guste. La expresión aparece en la cotidianidad para connotar nuestras actividades en colectivo y por tanto nuestras relaciones sociales, convirtiéndose así en mediación, determinación esencial, y condición de posibilidad para el éxito de nuestro quehacer.
Y aunque lo atractivo -a secas- es una abstracción que poco puede adelantarnos, al mismo tiempo funciona como un código, alrededor del cual se tejió una especie de pacto semántico general que permite entendernos cuando lo usamos. Quiere decir, que si un estudiante me pidiera hacer de mi docencia, clases atractivas, ambos pensaremos que la expresión es suficiente para comunicarnos. En este sentido, hemos hecho de ella un símbolo, y deber ser.
Este fenómeno someramente aquí enunciado, forma parte de un proceso más complejo, conocido como estetización de la vida cotidiana; una característica y consecuencia del capitalismo contemporáneo. Significa que lo estético [o por lo menos una interpretación de lo estético] deviene elemento obligatorio de las cosas y de las relaciones interpersonales, y comienza a inundar todos los espacios de nuestras vidas. Desde una idea unilateral de lo bello [y solo como exterioridad], moviliza la capacidad del deseo, de la seducción, y del divertimento, como recursos imprescindibles que convierten el día a día en una sociedad del y para el espectáculo.
Estos son algunos de los resortes que mueven la ideología de la burguesía, con el fin de generar consensos mediante los cuales la hacemos nuestra. De esta forma, si todos aceptamos -acríticamente- esa idea de lo atractivo como cualidad indispensable del hacer [y por tanto del ser], estaremos aceptando también, que la producción y apropiación de ese atractivo esté sujeto a fines burgueses.
¿Qué o quién pauta la construcción de nuestros gustos? ¿Son socialistas o capitalistas los símbolos que denotan el actual modelo de atractivo en nuestro país? ¿Cómo se relacionan esos símbolos con la construcción de sentidos hegemónicos burgueses en riña con el socialismo?
Los símbolos que nos esclavizan
Para la burguesía, la hegemonía no es un producto conquistado, sino un proceso complejo de disputas y enfrentamientos. Tampoco constituye un proceso pasivo en el socialismo. Nunca lo es. La hegemonía es en sí misma sinónimo de contradicciones, pugnas, y por tanto refiere siempre a relaciones histórico-concretas entre clases o grupos sociales en oposición.
Dentro de este proceso, la producción masiva de determinados símbolos, ocupa un lugar clave como estrategia del capitalismo para agenciarse su hegemonía a nivel global. Sus símbolos no son ni casuales, ni espontáneos, ni neutrales. Tampoco se crean o existen desprendidos del movimiento real de la sociedad. En otras palabras: no se conciben separados de la producción material de la vida.
Quiere decir que, mientras el capitalismo produce sus mercancías, a su vez está produciendo ideas, emociones, aspiraciones, sentidos, conciencia, símbolos, y necesidades que para satisfacerlas, [el sistema] ofrece solo un modo unilateral: el consumo ampliado de dichas mercancías, cosas, y más símbolos. Es decir, convierte a los seres humanos en consumidores ampliados, y con ello, en dependientes, adictos, y esclavos; incapacitados de proyectar otro mundo mejor.
La ideología que la burguesía construye, hace que el consumo de ese universo simbólico abarrotado de mercancías, aparezca como el único modo para la realización personal y colectiva de los seres humanos. Como en esto le va su existencia, no puede conformarse con una producción simple, ni lineal de símbolos, sino que apuesta por una súper producción masiva y ampliada de ellos. Esto a su vez, condiciona una subjetividad fetichista, cosificada, y enajenada de la realidad. Por ello la estética para el capitalismo es un poderoso recurso, y dentro de esta, la producción simbólica a gran escala es planificada, rigurosa e intencionada.
Por ejemplo, al producir un teléfono celular, el capitalista no se conforma solo con la creación de una mercancía, sino que lo concibe como un objeto rico en sutilezas metafísicas, -para decirlo en términos marxianos-. Es decir, está produciendo al mismo tiempo modos específicos de consumirlo y de incorporarlo a nuestras vidas, los modos en los que nos vamos a apropiar de él. Lo concibe como sinónimo de estatus social; económico; como un símbolo de poder; de moda; de estilo de vida. Está condicionando en nosotros: aspiraciones, gustos, deseos, anhelos; así como la necesidad impostergable de poseerlo a cualquier costo.
En semejantes circunstancias de dominación material y espiritual de los seres humanos, las nuevas formas de colonialismo y subordinación son tan efectivas, porque: a) no son perceptibles a simple vista [hay que partir de un determinado nivel teórico y de conciencia de clase], y b) su éxito está en que nos apropiamos espontáneamente de esos símbolos/mercancías/objetos, y llenamos nuestra vida con ellos [sin entender las relaciones de subordinación que ello implica, cómo desmovilizan el pensamiento crítico, y generan un sentido común dirigido a una sola producción de sentidos, conciencias y subjetividades: la burguesa]. Es así que la clase capitalista consolida su poder singular y el consenso alrededor de este: con nuestra complicidad, aceptación y reproducción de ese mundo mercantil y de sentidos mercantiles.
Ante este enredijo, el socialismo cubano necesita fortalecer, ampliar, y actualizar sus modos de producción de sentidos. Para ello, nuestro rango de acción no puede estar limitado solo a la producción espiritual -por más empeño que le pongamos-, y mucho menos desconectada de otras dimensiones de la vida real; sino que por ejemplo, la producción material de la vida en Cuba, tiene que condicionar una producción de sentidos y de subjetividad socialistas, y viceversa.
Allí donde hemos sido pasivos y no creativos, el capitalismo ha suplantado nuestros símbolos. Y al hacerlo, les ha dado un nuevo contenido o significado, como ha hecho con los conceptos de democracia, a la que identifica con capitalismo y contrapone a socialismo y comunismo. O como hizo con los términos: socialismo, comunismo, participación, libertad, patria, marxismo y leninismo.
A todos ellos, les cambió el sentido y los legitimó unívocamente en oposición a nuestras formas de entenderlos y vivirlos. Ha fabricado imaginarios de lo atractivo, dentro de los cuales, ideas como socialismo, comunismo, democracia socialista y marxismo, no tienen cabida. Debemos recuperar los símbolos del socialismo, ponerlos en el centro de su quehacer público, resemantizarlos, refundarlos; pero también construir los de los nuevos tiempos. Renovar sus modos de presentación, sus usos, y su estética -en ocasiones- anquilosada.
Símbolos para la emancipación
La elaboración unitaria de una conciencia colectiva exige condiciones e iniciativas múltiples, -palabras gramscianas-. Por eso, la construcción de subjetividades desalienadas, la creación de riquezas materiales, la conquista de una sociedad superior y más justa la formación de hombres y mujeres nuevos, necesita de un socialismo más plural; más participativo; más orgánico; más creador; más subversivo.
Eliminar el espontaneismo, el esquematismo, la chapucería, la irresponsabilidad, la improvisación en materia de producción tanto espiritual como material y de sentidos, de producción simbólica, de producción de imágenes, de producción de subjetividades, etc. Para ello necesitamos reforzar un sistema de acciones coordinadas, pensadas, planificadas, sobre todo multilaterales, y con conciencia de clase; que posibilite la diversidad de protagonistas, participación popular mediante.
Destacar la importancia vital de la comunicación social, con énfasis en la comunicación política, estratégica, y para el desarrollo y el cambio en el socialismo como tránsito al comunismo. Hay que redimensionar nuestras consignas y lemas, para cargarlas de contenido real y efectivo. Para que conecte con las personas de hoy y para que no se queden vacías, huecas, ambiguas, pasadas de moda en unos casos, violentas en otros. Para que por el contrario, inviten a la construcción de nuevos sentidos: a la paz, al bienestar, al progreso, al amor entre los cubanos. Para que puedan configurar nuevos símbolos, trazar diferentes horizontes para la acción, proclamar la unidad dentro de la diversidad, y para que, por supuesto tributen al socialismo. Pero para ello, cada lema debe encontrar referente material directo en la sociedad real que habitamos, no una mera abstracción dislocada y enajenado él mismo; a menos que se proyecte como faro del optimismo en el corazón de cada revolucionario.
No queda otra salida, que continuar elevando los niveles de preparación general, el rigor de la enseñanza, la formación marxista [efectiva], la capacidad de interpretación [hermenéutica], de semiótica, de la comunicación virtual, la capacitación de cuadros y dirigentes. Enfatizar la formación humanista de la ciudadanía cubana como paradigma político del sistema. El capital humano como eje de la educación, la enseñanza cívica, la formación de valores.
Conformar centros/cátedras/institutos que sean puestos de mando en el control combativo de las armas cognitivas que la burguesía utiliza contra nosotros. Que sean centros estratégicos que tracen las líneas de acción activa que vamos a establecer desde diferentes dimensiones de la sociedad al unísono [líneas multilaterales que se refracten en todas las dimensiones de nuestra sociedad]
La política cubana debe ser el arte de gobernar desde consensos; de dirigir desde la ciencia y la conciencia; de construir y representar democráticamente; y de condicionar y movilizar la participación popular activa. Por lo tanto, debemos resignificar la batalla de ideas -desde José Martí hasta Fidel Castro-; por ser un centro neurálgico de nuestra concepción de lucha contra la hegemonía burguesa y la lucha de clases.
La batalla de ideas es en sí misma un símbolo que ya está en el inconsciente e imaginario colectivos. Hay que devolverle su centralidad, ante un capitalismo que apuesta todos sus recursos a la guerra cognitiva. Pero para restituirle su poder revolucionario, debemos trabajar en sus funciones, sus objetivos en esta nueva etapa y por qué no, su estética.
En ese sentido, la cultura debe ser un campo de batallas, comprendiendo que cumple una función social, política, ideológica y estratégica. Buscamos la hegemonía cultural y no solo la política. Una no existe sin la otra. Retomemos la tesis acerca de la función social del arte.
Todos los productos culturales, desde los clásicos, hasta los de nuevo tipo como puede ser el accionar de una figura pública [influencer], en el socialismo deben concientizar su responsabilidad histórica y social, en tanto participan de la formación intelectual y moral de sus espectadores. Pero también, son clave en la formación o deformación de una conciencia revolucionaria, de un pensamiento crítico o banal, de una ideología humanista o por el contrario, de una ideología que solo reproduzca estereotipos burgueses o reaccionarios. Y no por ello abandona sus funciones de entretener, acompañar, movilizar, estimular. Como tampoco tiene que ser vulgar, marginal, violento, para superar la división entre lo elitista y lo popular.
Construir conciencia popular y crear condiciones para que cada persona sea capaz de crear, de hacer, y de amplificar con responsabilidad a través de redes sociales [virtuales o no] las dinámicas cotidianas de la revolución. Movilizar de forma creadora y estéticamente diferente, a las grandes mayorías desde la participación popular, reforzando el sentido de pertenencia del pueblo. Provocando nuevas expectativas, y propiciando la posibilidad de su satisfacción dentro del socialismo. Involucrando a la ciudadanía en la creación colectiva de nuevos sentidos revolucionarios.
Necesitamos pasar a la ofensiva en la batalla de ideas. Para esto puede ser vital, la concepción y creación de centros; cátedras; laboratorios; observatorios; fábricas de creación de sentidos comunistas, subversivos. Con equipos que desde la inter y transdisciplina [psicólogos; economistas; juristas; comunicadores; sociólogos; filósofos; semiólogos; hermeneutas; políticos; historiadores, etc.] construyan el marco teórico-práctico para generar contenidos atractivos para las mayorías, con énfasis en las generaciones más jóvenes.
Creemos proyectos culturales que se entrelacen orgánicamente y deriven muchas acciones a la vez. Obras de teatro, cine, programas de tv, musicales, deportes, y muchos más, que desplacen a Cuba, ese centro de producción de gustos y estilos de vida que hoy se fabrican en EE.UU. Por ello tenemos que constituir un arsenal de recursos materiales y espirituales para construir nuestro propio campo de batalla de forma activa. Significa abrir varios frentes simultáneos, no basta con acciones unilaterales, fragmentadas, y desconectadas. Necesitamos un sistema de teoría-práctica para la construcción de sentidos y en general de subjetividades a favor del socialismo y el comunismo.
Concientizar el paso de espectadores a partícipes y protagonistas de esta lucha por la hegemonía y la soberanía. Una estratégica plural, diversa, creadora, revolucionaria, multilateral, multiactoral, efectiva, y claro, atractiva.
Pero como ya se ha dicho, lo atractivo nos llega con sello burgués. De manera que, entre las problemáticas a solucionar está la deconstrucción de cierta producción burguesa que da al traste con esa idea actual de lo atractivo que tenemos. Entonces, nuestro plan teórico-práctico debe estar enfocado también a desmontar y superar esa lógica burguesa de lo atractivo, que habita en nuestras mentes y que condiciona nuestras valoraciones. Producir así, otros modos de entender y apropiarnos de nuevas formas de ser atractivos, que rompan con la lógica simbólica unilateral del-ser-atractivo-burgués. Armar colectivamente una sociedad siempre superior; que sea humanista, política, social, económica y culturalmente atractiva, en función del bien de todos.
Fuente: Cubadebate