jueves, diciembre 12, 2024
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La amenaza neofascista y las estrategias de contención democrática. Por Fernando de la Cuadra

En un escenario de profundas transformaciones, pandemia e inseguridad, las fórmulas neofascistas se vuelven atractivas para millones de electores. La ultraderecha avanza por el contexto de precarización laboral y las incertezas de la vida cotidiana.

Después de la sucesión de gobiernos progresistas que surgieron en el continente a partir de mediados de los años noventa del siglo pasado, podemos observar que en este último periodo se ha producido un recrudecimiento de expresiones de ultraderecha que superan a la propia derecha liberal y democrática. En parte, las grandes expectativas creadas por estos gobiernos entre la población se vieron frustradas por la avalancha de demandas acumuladas durante décadas que no pudieron ser concretizadas.

En Brasil, a pesar de todos los avances logrados por las administraciones del Partido de los Trabajadores a partir del año 2003, los millones de personas que fueron incorporadas a los programas de Fome Zero o Bolsa Familia aspiraban legítimamente a mejorar sus condiciones de vida: tener un trabajo seguro, estable y bien remunerado, una vivienda digna, una educación de calidad, una atención en salud apropiada y expedita, un sistema previsional que les permitiese vivir el futuro sin incertidumbres, etc. Parte de estas conquistas anheladas por los ciudadanos y ciudadanas pudieron ser satisfechas con la ampliación de políticas de inclusión, el mejoramiento del salario mínimo y el acceso al crédito subsidiado. Aunque por lo mismo, la política de inclusión del PT utilizó más este mecanismo de crédito fácil que la inserción de la clase trabajadora a una estructura productiva en expansión.

Su política macroeconómica privilegiaba especialmente el control de la inflación y el superávit primario, con lo cual la inversión estatal pesada en industrias de manufacturas quedó rezagada en función de un tipo de cambio favorable a la importación de bienes de consumo. Las personas comenzaron a consumir más sin una ampliación significativa del parque industrial. Al final, las deficiencias del aparato del Estado y el déficit estructural en la provisión de servicios a la población implicaron que los esfuerzos desplegados para ampliar la protección de los ciudadanos no resultaron suficientes para satisfacer las aspiraciones de la población y, consiguientemente, una onda de malestar se fue diseminando por todo el territorio. Esta acumulación de frustraciones tuvo su expresión más clara y concreta en las manifestaciones que ocuparon las calles de las principales ciudades durante la realización de la Copa de las Confederaciones en junio de 2013.

En el marco de estas movilizaciones aparecieron grupos que enarbolaban banderas con la esvástica y hacían el saludo característico del nazismo. En ese momento, pocos pensaron que una figura mediocre y odiosa como Jair Bolsonaro pudiera constituirse en una alternativa para gobernar un país como Brasil, una nación que a pesar de sus enormes problemas se encontraba transitando dentro del ciclo socialdemócrata inaugurado por Fernando Henrique Cardoso en 1994 y profundizado por los gobiernos del PT hasta el año 2016, cuando Dilma Rousseff fue apartada del cargo a través de un Golpe jurídico-político.

Durante la votación de destitución de la mandataria, el entonces diputado Bolsonaro dedicó su voto a favor del impeachment a uno de los mayores torturadores de la dictadura cívico militar, el Coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, homenajeándolo como “el pavor de Dilma”. Lejos de salir detenido desde el hemiciclo de la Cámara de Diputados por su apología al terrorismo de Estado y la tortura, Bolsonaro emergió de ese juicio como un patriota anticomunista que deseaba salvar a Brasil del yugo de los izquierdistas del PT. El huevo de la serpiente del fascismo ya se estaba incubando. El resto de la historia se fue construyendo por el hartazgo de la población con la corrupción endémica, la falta de servicios decentes para atender sus necesidades fundamentales, la violencia y la criminalidad cotidiana, la crisis de los sistemas de representación política, la carestía, el desempleo y un largo etcétera. Si a eso le sumamos el bombardeo de noticias falsas inventadas y difundidas a través de las redes virtuales por Steve Bannon y su empresa Cambridge Analytica a millones de electores, nos deparamos con un escenario propicio para el fortalecimiento de un pensamiento fascista que se encontraba en estado larvado en la cabeza de millones de brasileños.

Esta es la misma estrategia que están utilizando algunas figuras emergentes del neofascismo en el Cono Sur, con especial destaque para José Antonio Kast en Chile y Javier Milei en Argentina. El primero se encuentra posicionado en segundo lugar para las próximas elecciones presidenciales en ese país y ha desplazado -según las encuestas de opinión política- al candidato de la derecha tradicional, Sebastián Sichel. Con una postura de apariencia mesurada e imperturbable, Kast es un defensor de construir zanjas en las zonas de frontera para combatir la migración, de excluir a las mujeres de hogares monoparentales de los beneficios y subsidios que otorga el Estado a las familias de escasos recursos, de la derogación de la Ley del aborto por 3 causales promulgada en septiembre de 20171, del indulto a criminales y violadores de los Derechos Humanos durante la dictadura (1973-1990) o de la declaración de Estado de excepción ilimitada en la Macrozona Sur (Territorios Mapuche). Kast es un neofascista cínico: por detrás de su máscara de “persona gentil” y amante de la libertad se esconde un adulador de Pinochet y de la obra de la dictadura cívico-militar, con un oscuro pasado de su familia, la que participó activamente en las atrocidades cometidas por las Fuerzas Armadas luego del Golpe de Estado de 1973.

En el caso de Javier Milei nos encontramos ante un publicista y divulgador de un pseudo pensamiento libertario que, con un lenguaje agresivo y un discurso contra el Estado, la política y sus “castas” privilegiadas ha conseguido crecer electoralmente, obteniendo el 17 por ciento de apoyo en la Ciudad de Buenos Aires, en el marco de las últimas elecciones legislativas en Argentina, siendo escogido diputado y encaminándose para la próxima contienda electoral de 2023 en ese país. Milei, al igual que Bolsonaro y Kast, se alimenta del hartazgo de una parte significativa de la población y de una juventud desengañada en el porvenir y en sus posibilidades de realización en medio de la crisis estructural de la civilización del capital por la que atraviesan las sociedades contemporáneas, agudizadas al extremo por la pandemia que devasta al planeta.

Ante los obstáculos de un Estado incapaz de resolver los problemas de la ciudadanía, Milei aparece como un redentor iluminado que va a conseguir contornar la crisis económica y llevar a la Argentina hacia una fase de prosperidad, crecimiento y mayores oportunidades individuales. En ese sentido, él promueve un tipo de individualismo exacerbado y se erige como un oponente de decisiones colectivas tales como la vacunación contra el Covid, siendo también un adversario de la igualdad de género y un defensor del genocidio provocado por la última dictadura argentina. Su individualismo antisocial lo lleva a plantear la futilidad de cualquier proyecto de bien común que tenga un espíritu de colaboración, para apostar en la acción de emprendedores atomizados y en permanente competencia, principios de un liberalismo recalcitrante que se asemeja a la concepción hobbesiana de la “guerra de todos contra todos”.
 

La producción artificial del miedo y la respuesta de las fuerzas democráticas
 

Un elemento común de los proyectos de ultraderecha en la región y en el mundo, consiste en la propagación constante del miedo y la incertidumbre entre las personas. El bombardeo mediático diario de noticias sobre asaltos, crímenes y pandillas de narcotraficantes es parte de un proyecto de inculcación del terror cotidiano en las personas, para que visualicen la inevitabilidad de la salida por la derecha o la extrema derecha como la mano dura necesaria para poner límites a la violencia y la criminalidad. En un escenario de profundas transformaciones, pandemia e inseguridad, las formulas neofascistas resultan atractivas para los electores mayoritarios, con el rechazo al pensamiento crítico y de representación compleja del mundo, el temor a la diferencia y lo desconocido, el nacionalismo burdo, el desprecio por los extranjeros, las tesis conspirativas de cualquier índole, la lucha constante contra los “otros”, el machismo atávico y la homofobia, el elitismo, la aporofobia y el sentimiento antipopular. De esta manera, las fuerzas de la ultraderecha avanzan en un contexto de mayor precarización laboral y de incertezas de la vida cotidiana.

Al analizar el fenómeno del fascismo en la Italia de la década del 20 del siglo pasado, Antonio Gramsci señalaba que aquellas sociedades que se encuentran en una etapa de transición se ven enfrentadas a fases grises, de indefiniciones, donde lo viejo no ha terminado de desmoronarse y lo nuevo no emerge con total claridad. En esos periodos sombríos se crean las condiciones propicias para el surgimiento de figuras mesiánicas que se arrogan la salvación de la patria, libertadores de estirpe autoritaria que vienen a llenar el vacío dejado por la inestabilidad del cambio y que responden a los deseos de identidad perdida y de sentido de futuro de las y los habitantes. Ese destino común anhelado por las personas se nutre muchas veces de lo más elemental y vulgar de esa búsqueda de pertenencia (la nación, la raza, la bandera, la tradición, los mitos) que es invocada por el líder predestinado que va a ser capaz de refundar el país y derrotar a sus enemigos. Es indudablemente una narrativa que convoca a muchos seguidores y electores como se puede constatar a lo largo de la historia.

Ante ello, ¿qué pueden hacer las fuerzas democráticas para detener el avance de estas modalidades de neofascismo? Primero que nada, denunciar por todos los medios posibles la sucesión de mentiras propagadas por los profetas del miedo y del caos, para generar las condiciones que permitan recuperar la confianza y la cooperación de las y los ciudadanos. Junto con ello debemos contrarrestar la embestida autoritaria por medio de la formación de un “bloque histórico antifascista” que congregue a todas las fuerzas democráticas que deseen participar de este esfuerzo destinado a consolidar las instituciones de la República.

Junto con ello, es necesario restaurar el tejido social y organizacional de la nación. Generar debates y cabildos ciudadanos en diversas instancias, implantar escuelas de formación política con el apoyo de los gobiernos locales progresistas, pero también con las propias organizaciones existentes en el espacio local, crear redes y diseminar la actividad cívico-política entre las comunidades, fundar talleres de diversa índole, centros culturales, grupos de teatro, asociaciones de artesanos y artistas, formaciones de equidad de género, organizaciones de jóvenes, de adultos mayores, de pueblos originarios y afrodescendientes, grupos ecologistas, etc.

Los partidos políticos cumplen un papel trascendente en este proceso, tanto en la denuncia de los embates despóticos de la ultraderecha como en la construcción de canales de participación de la gente, no solamente en la vida partidaria, sino fundamentalmente en las expresiones extrapartidarias presentes en la vida de los territorios y espacios vecinales. La articulación entre los partidos y los movimientos sociales debe superar las desconfianzas mutuas que han sido estimuladas por el relato de la extrema derecha que se declara apolítica y anti partidaria.

La amenaza neofascista en América latina y en todo el mundo es un hecho que debe alertarnos y motivarnos para la acción mancomunada contra estas fuerzas deletéreas de la humanidad, pues tal como nos advirtió hace décadas el gran escritor italiano y víctima del nazismo, Primo Levi: “Si el horror ha sucedido, puede volver a suceder, y esto es la esencia de lo que tenemos que decir”.
 

1 Las 3 causales que despenalizan la interrupción voluntaria del embarazo son: a) Cuando la mujer se encuentra en riesgo vital, de modo que la interrupción del embarazo evite un peligro para su vida; b) Cuando el feto padezca una patología congénita adquirida o genética que inviabilice su vida extrauterina independiente; y c) Cuando el embarazo es el resultado de una violación, siempre que no hayan transcurrido más de doce semanas de gestación.https://www.alainet.org/es/articulo/214386

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