Análisis crítico sobre la semiótica del francotirador, la violencia simbólica y su función en la sociedad capitalista y mediática: Fernando Buen Abad

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Es el sueño dorado de cierta pequeña burguesía crítica que fija posición, a la distancia, aguardando la hora del “disparo perfecto”. La figura del francotirador atraviesa las culturas mediáticas como una obsesión simbólica también. No se trata solamente de la técnica bélica de un individuo escondido que apunta y dispara con precisión quirúrgica; se trata de un arquetipo semiótico que se multiplica en los discursos de no pocos, en las narrativas del entretenimiento, en la construcción de mitos ideológicos y en las pedagogías de la violencia que el capitalismo difunde como normalidad.

La exaltación del “tiro certero”, del “hombre invisible” que anula de un disparo la vida (o las ideas) de su enemigo, ha sido convertida en mercancía cultural, en espectáculo legitimador de una manera de concebir la política, la guerra y hasta la vida cotidiana. No hablamos sólo de soldados camuflados en guerras imperiales, hablamos de un signo que se multiplica en el campo social como dispositivo de evasión, como modelo narrativo que enseña que la destrucción puntual es más “efectiva” que los procesos colectivos de construcción transformadora. El francotirador, como signo, se vuelve un relato de la negación de la historia, un culto a la puntería individual que suplanta la potencia de lo común, un mito del capitalismo que encubre su miedo a los cambios estructurales.

Es una manía semiótica la del francotirador que no puede estudiarse aislada de las condiciones materiales de su producción. Surge en el contexto de guerras modernas, de tecnologías bélicas perfeccionadas por las industrias armamentistas que requieren no sólo armas, sino también imaginarios sociales que las legitimen. La “mira telescópica” y el disparo silencioso se convierten en emblemas de eficacia técnica, en fetiches de precisión que fascinan a una sociedad moldeada por la ideología de la competencia, donde el éxito se mide en la capacidad de eliminar un obstáculo de manera rápida, exacta, y no siempre, sin dejar huellas.

El mito del “francotirador infalible” se convierte así en metáfora de una ética burguesa, no se trata de transformar procesos, ni de luchar colectivamente, ni de construir una nueva vida social, sino de eliminar aquello que molesta con la exactitud de un proyectil. La cultura capitalista necesita narrar una y otra vez esta figura para desviar las energías sociales hacia la contemplación del tiro perfecto y evitar que las mayorías piensen en la construcción del cambio.

Se repite en el cine, en la televisión, en los videojuegos, en la prensa que narra guerras como espectáculos deportivos. Sus relatos no cuentan las vidas destruidas, los pueblos masacrados, las historias colectivas que se intentan aplastar; narran, en cambio, la historia de un individuo solitario, experto en la invisibilidad, que se convierte en héroe por destruir. Esa reducción semiótica es fundamental, el francotirador es narrado como genio solitario, como dueño de un talento que lo separa de la multitud, como héroe individual cuya eficacia radica en no necesitar a nadie.

El capitalismo fabrica, así, un mito pedagógico, no hay necesidad de comunidad, basta con el individuo preciso, certero, que sabe anular de un disparo al enemigo. Se enseña que el cambio, la victoria, la justicia, se alcanzan con un disparo espectacular y no con el trabajo paciente de la organización colectiva. Se reemplaza la construcción de lo común por la fascinación con la anulación instantánea.

Lo que se oculta en esta semiosis es la función real del francotirador como herramienta triunfal. Detrás de cada bala “perfecta” hay una industria, un sistema logístico, una estrategia de terror que busca disciplinar pueblos enteros. El francotirador, como signo, es la punta de lanza de un sistema mucho mayor, representa el deseo de control total, el intento de congelar la historia con un sólo tiro.

En la semiótica del francotirador también habita la política. En los discursos mediáticos se construyen francotiradores ideológicos, periodistas, opinadores, trolls, influencers que disparan “tiros certeros” incluso contra cualquier movimiento emancipador. No construyen pensamiento colectivo, no articulan programas para transformar la sociedad, se dedican a destruir reputaciones, a desmoralizar, a sembrar miedo. La bala simbólica es un tuit venenoso, una noticia falsa, un escarnio televisivo.

Un francotirador, en tanto mito, no funciona solamente como signo bélico, es un paradigma cultural de cómo la burguesía concibe el poder. Precisión individualista, invisibilidad, destrucción sin huellas, eficacia sin comunidad. Es la pedagogía de la fragmentación, el culto a la soledad como superioridad, el desprecio de los procesos colectivos. Se enseña que el éxito es “aniquilar” sin ser visto, sin ensuciarse las manos en la construcción común.

Frente a esta pedagogía de “la bala”, la Filosofía de la Semiosis nos exige desmontar los mecanismos de fascinación que sostienen el mito. Hay que entender que se nos educa para admirar la capacidad de destruir y no la necesidad de crear. Que se nos entrena para buscar tiros exitosos y no procesos colectivos de emancipación. La tarea crítica consiste en denunciar el carácter ideológico de este mito, en mostrar que el francotirador no es un héroe solitario sino el producto de un sistema que necesita borrar la potencia del pueblo organizado. El disparo perfecto es el intento de asesinar la historia.

Su mito del francotirador también se sostiene en la evasión sistemática de la memoria. Cada disparo narrado como hazaña evita contar la historia de quienes fueron silenciados. Cada relato con que se glorifica al francotirador oculta los nombres de las víctimas, las luchas colectivas que intentaban transformar la sociedad, las razones por las que alguien se convirtió en enemigo del imperio. La semiótica del francotirador se alimenta de esa omisión, la bala brilla más que la vida que destruye. Se borra la humanidad de la víctima para ensalzar la puntería del verdugo. Se fabrica una mitología de eficacia técnica que anula la complejidad de la historia.

Hay, además, una relación estrecha entre el mito del francotirador y la lógica del capital financiero. El tiro certero se convierte en metáfora de la especulación que busca ganancias instantáneas sin trabajo productivo. Un francotirador es al campo de batalla lo que un especulador es a la economía, un individuo que, sin construir nada, elimina de golpe a un adversario para obtener beneficio. La ideología del tiro perfecto legitima así la lógica del enriquecimiento súbito, del éxito sin proceso, de la ganancia sin comunidad.

En contraste, la semiótica emancipadora debe recuperar la figura opuesta, no el francotirador aislado, sino la comunidad que construye con paciencia. Frente a la pedagogía del disparo, la pedagogía del diálogo y la praxis colectiva. Frente al mito de la bala perfecta, la memoria de los procesos históricos que transforman sociedades con el esfuerzo común.

La crítica semiótica al francotirador no se agota en denunciar su violencia, debe proponer una lectura alternativa, mostrar que lo que se presenta como eficacia es, en realidad, impotencia; que lo que se presenta como triunfo es, en realidad, evasión de la historia. Porque destruir es siempre más fácil que construir, y la cultura del capital necesita convencernos de que lo único posible es destruir. La tarea emancipadora es insistir en que la construcción colectiva es posible y necesaria.

Su mito del francotirador sobrevive porque es funcional a la cultura de la desesperanza. Se nos enseña que no hay futuro común, que lo único posible es sobrevivir como francotiradores en un mundo hostil. Pero la semiótica crítica nos recuerda que ese mito es construido, que responde a intereses concretos, que busca evitar que pensemos en la posibilidad de una historia diferente. El francotirador es un signo de la impotencia del capitalismo, necesita glorificar la destrucción porque teme a la construcción. Necesita narrar la bala porque teme a la comunidad. Necesita enseñar que lo eficaz es matar porque sabe que lo transformador es vivir colectivamente. Desmontar ese mito es un paso imprescindible para devolver a los pueblos la confianza en su poder creador.  

(almaplus.tv)

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