Por Lautaro Rivara.
La coyuntura global vuelve a dar la razón a los pesimistas más sombríos. En horas de la noche Donald Trump informó en un escueto mensaje por redes sociales de un “exitoso ataque” estadounidense perpetrado sobre las principales instalaciones nucleares de la República Islámica de Irán, incluyendo la poderosamente fortificada Fordow, así como los emplazamientos de Isfahán y Natanz. En sus primeras declaraciones, el gobierno de los Ayatolás aseguró que todo el uranio enriquecido fue retirado de dichas instalaciones con anterioridad.
Los ataques habrían sido concretados a través de poderosas bombas anti-búnkeres lanzadas por los bombarderos estratégicos B-2 que EE.UU. había movilizado en las últimas horas. Según la agencia Al Jazeera el ataque habría descargado la impresionante cantidad de 90 toneladas de explosivos en menos de cinco minutos. Para cerrar la brevísima comunicación, Trump afirmó que “ahora es la hora de la paz”, frase fatalmente irónica que podría anticipar el inicio de un conflicto de contornos planetarios.
Posiciones encontradas
El bombardeo fue precedido de una semana de intensa especulación y presiones cruzadas, en la que todo el arco político norteamericano y las principales potencias del orbe se posicionaron sobre un ataque que se preveía posible, cuando no inminente, después del inicio de las hostilidades israelíes contra el programa nuclear iraní el día 13 de junio, que incluyó el asesinato de los principales miembros de la jerarquía militar de la Guardia Revolucionaria Islámica y de parte de la élite científica del país, arrasando para ello zonas residenciales enteras de Teherán.
Se confirma así el ingreso estadounidense en un nuevo conflicto militar. Considerando los teatros de operaciones de Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen y Somalia se trataría de la séptima guerra en la que el viejo hegemón toma parte directa en este primer cuarto del siglo XXI, todas ellas desplegadas en el mundo árabe-musulmán.
El bombardeo fue precedido de una semana de intensa especulación y presiones cruzadas, en la que todo el arco político norteamericano y las principales potencias del orbe se posicionaron sobre un ataque que se preveía posible, cuando no inminente
Contrariando las prioridades domésticas del América First y del Make América Great Again; contra las tentativas de reindustrializar Estados Unidos, relocalizar cadenas de valor y fortalecer su mermada competitividad global; contra los diagnósticos de que China debía ser el único gran rival a enfrentar en el escenario internacional y de que Estados Unidos debía delegar los otros frentes en sus subalternos, Trump acaba por ser arrastrado a la guerra largamente deseada e incitada por Benjamín Netanyahu.
Las posiciones contrarias a lo interno del Partido Republicano habían sido expresadas ni más ni menos que por el vicepresidente J.D Vance, quien planteó que Estados Unidos debía evitar la guerra con Irán, así como por la directora nacional de inteligencia, Tulsi Gabbard, quien aseguró en unas muy comentadas declaraciones que la República Islámica no buscaba construir un arma nuclear, contradiciendo así el casus belli promovido por la propaganda israelí. Hasta Steve Bannon, el asesor estrella del primer gobierno Trump, se había posicionado contra lo que consideraba movimientos militares preparatorios. Lo mismo vale para el influyente comunicador Tucker Carlson, que en una reciente entrevista controvirtió fuertemente al senador Ted Cruz, representante de los sectores más belicistas.
El ataque, por añadidura, se da sin mediar declaración de guerra (un instrumento diplomático cada vez más vetusto). Pero, aún más importante, sin obtener la aprobación del Congreso que demanda la propia Constitución norteamericana. La agresión, artera, se da tras la cortina de humo lanzada por Trump, que ayer afirmó que esperaría dos semanas para tomar una decisión final sobre su involucramiento en el conflicto. La agresión sobrevino mucho antes del plazo estipulado.
Considerando los teatros de operaciones de Afganistán, Irak, Libia, Siria, Yemen y Somalia se trataría de la séptima guerra en la que el viejo hegemón toma parte directa en este primer cuarto del siglo XXI, todas ellas desplegadas en el mundo árabe-musulmán.
Con ser brutal y neo-monroista, la política exterior de Trump era perfectamente racional, y se hallaba en perfecta sintonía con los intereses de buena parte del establishment norteamericano, acorralado por un escenario globalmente desfavorable para la resolución de la transición hegemónica en curso. Al menos lo era hasta ahora. El radicalizado proxy occidental en Medio Oriente, el Estado colonialista de Israel, finalmente impuso sus propios intereses a la potencia a priori rectora. Lo hizo a través de su poderosísimo lobby, de su victimismo histórico, y mediante el recurso a una permanente escalada regional que le llevó, en meses, a atacar los territorios de la Palestina histórica, Líbano, Yemen, Siria, Irak e Irán (e incluso a bombardear una embarcación humanitaria en el Mediterráneo europeo). Se trata de un caso único en la historia de las transiciones hegemónicas que será estudiado con suma atención en el porvenir (si es que hay tal porvenir).
Guerras “preventivas” y hecatombes globales
Hacer la guerra para prevenir la guerra. Inducir la destrucción masiva de un país que, se afirma, tiene armas de destrucción masiva. En eso reside el núcleo del razonamiento declaradamente falaz de ésta y todas las guerras preventivas, tan al uso en los manuales intervencionistas del Occidente colectivo. Hace 22 el años el objetivo fue Irak y el demonio de moda un tal Sadam Husein. Hoy, con apenas trasponer una letra, aparece el nuevo enemigo histórico: el Irán de los Ayatolás, potencia regional rival y nave nodriza del llamado Eje de la Resistencia.
¿El casus belli? En ambos caso la existencia incomprobada de “armas de destrucción masiva”, señaladas con dedo inquisidor por potencias que paradójicamente hacen parte del selecto club nuclear. Lo de “selecto” no es una exageración: apenas 9 de los 193 países que reconocen las Naciones Unidas cuentan con tan temible arsenal. Israel es uno de ellos. Pese a no reconocerlo oficialmente, instituciones como el Stockholm International Peace Research Institute y la Federation of American Scientists (FAS) estiman la existencia de entre 80 y 400 ojivas en el territorio de los que algunos propagandistas insistir en presentar como David en lugar de como a Goliath. Israel rechaza hasta el día de hoy las inspecciones internacionales y es uno de los cuatro países del mundo que no suscribe el Tratado de No Proliferación Nuclear en vigor desde 1970.
Hace 22 el años el objetivo fue Irak y el demonio de moda un tal Sadam Husein. Hoy, con apenas trasponer una letra, aparece el nuevo enemigo histórico: el Irán de los Ayatolás, potencia regional rival y nave nodriza del llamado Eje de la Resistencia.
Más allá de la hipocresía occidental que predica el “haz lo que yo digo y no lo que yo hago”, Irán se sometió a un acuerdo que fue firmado con los Estados Unidos y otras grandes potencias nucleares conocido como el Plan Integral de Acción Conjunta (JCPOA, por sus siglas en inglés). El acuerdo, alcanzado a cambio del alivio de las medidas coercitivas unilaterales impuestas a la nación persa, limitaba el enriquecimiento de uranio hasta el 3.67 por ciento (muy lejano del 90 requerido para fabricar ojivas), concedía el desmantelamiento de ciertas estructuras militares y abría el país a la libre inspección de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA).
Paradójicamente fue cumplido por Irán y se sostuvo hasta su abandono unilateral por parte de Donald Trump en el año 2018. Más tarde, las negociaciones de Viena intentaron revivir el acuerdo bajo la administración Biden, pero este fue boicoteado… ¡por el Estado de Israel! Aún dando por buenas las estimaciones de la OIEA (un enriquecimiento actual del 60 por ciento), Irán estaría a años de producir no sólo una bomba nuclear sino también un sistema de lanzamiento funcional, ubicándose en un estadío científico parecido al que Israel llegó hace nada menos que 60 años.
A 22 años de la Guerra de Irak, es preciso recordar cuál fue el costo de una mentira repetida hasta la saturación por gobiernos occidentales y corporaciones de prensa. Para Estados Unidos, que gusta de pelear las guerras bien lejos de casa, el conflicto fue ante todo un rubro contable, que implicó la erogación de 2.4 billones de dólares del patrimonio público. Para los iraquíes la guerra significó más de medio millón de víctimas fatales y 4 millones de desplazados (comunidades enteras, como los cristianos asirios, fueron practicamente exterminadas). Sobre las ruinas de la devastación y el despojo (el maná petrolero nunca dejó de fluir) proliferaron las formaciones terroristas islámicas, alentadas en algunos casos por los propios gobiernos occidentales como administradores del caos. Ni Irak ni la región serían desde entonces los mismos.
Una hipótesis de trabajo catastrófica cierra estas reflexiones urgentes. La agresión de Estados Unidos a Irán puede ser el elemento que acabe por convertir una guerra mundial que se venía desarrollando en varios capítulos y en distintos frentes paralelos en una única conflagración mundial de contornos planetarios.
Dos grandes interrogantes penden en el aire como la espada de Damocles: ¿cumplirá Irán su “promesa verdadera” de atacar las bases militares estadounidenses en Medio Oriente o se sentará a negociar en una posición de franca debilidad? ¿Y qué harán los otros grandes jugadores globales? Rusia firmó en abril un acuerdo de asociación estratégica con Irán, pero se guardó de recordar que este no contempla una “alianza militar”. China abogó en esta semana por el derecho iraní a la legítima defensa, pero busca ser un garante de paz y estabilidad en una región crítica para la iniciativa global de la franja y de la ruta. ¿Y qué hay de otros actores claves, como Turquía, los países árabes vecinos o las organizaciones político-militares del Eje de la Resistencia? ¿Y qué hay de potencias nucleares como Pakistán, que aseguró que apoyaría a Teherán “por todos los medios”, o de Corea del Norte, histórico proveedor de armamento a Irán?
En las primeras declaraciones que trascendieron, el gobierno de Israel aseguró que “ahora el mundo es un lugar más seguro”. Nos permitimos dudarlo.