Por José Ernesto Nováez Guerrero.
Este viernes 13 de junio Israel inició una agresión a gran escala en contra de Irán. Al bombardeo aéreo se sumaron los atentados de numerosas células y colaboradores del Mossad dentro del país, causando cuantiosas pérdidas materiales y humanas a la nación persa en las primeras horas de iniciada la agresión.
La operación israelí, llamada León Ascendente, tuvo como objetivo declarado en un primer momento el programa nuclear iraní. Adicionalmente buscaba frustrar un posible acuerdo derivado de las negociaciones en curso entre Irán y EEUU. En este ataque inicial fueron asesinados el Jefe del Estado Mayor del Cuerpo de Guardianes de la Revolución Islámica (CGRI) Hossein Salami y su segundo el general Gholamali Rashid, así como el Jefe del Estado Mayor del Ejército y varios importantes científicos asociados con el programa nuclear del país. Asimismo fueron asesinados y heridos cientos de civiles, producto de los bombardeos indiscriminados.
Las bombas sionistas también golpearon varios objetivos, relacionados con tres sectores claves del país: las instalaciones nucleares, como las de Natanz y Fordow; objetivos militares, incluyendo edificios residenciales del CGRI y las capacidades misilísticas persas, intentado prevenir una potencial respuesta iraní. Netanyahu declaró estar preparado para prolongar la operación durante varios días e incluso “semanas” si fuera necesario. Al mismo tiempo las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) decretaron una movilización de todas las reservas.
Pasada la sorpresa inicial y nombrados nuevos altos mandos en sustitución de los mártires, la República Islámica de Irán dio inicio a la Operación Promesa Verdadera III, continuidad simbólica de las dos operaciones anteriores, siempre en respuesta a agresiones sionistas. Desde entonces se han lanzado, hasta el momento de cierre de esta nota, nueve oleadas de misiles balísticos, drones y otros armamentos a disposición del país. A pesar de la propaganda sionista sobre los sistemas interceptores de la Cúpula de Hierro y la Honda de David, no han podido prevenir masivos daños tanto en la capital Tel Aviv, como en varias importantes ciudades e infraestructuras del país. Entre los objetivos alcanzados en estos días destacan el edificio de inteligencia del Mossad, la sede de la empresa de armamentos Rafael Advanced Defense System, proveedora clave del ejército sionista, y las instalaciones del Grupo Bazan, en el puerto de Haifa, incluyendo su planta de generación eléctrica, obligándolo a paralizar todas sus actividades. El puerto de Haifa representa alrededor de un 30 por ciento del comercio israelí, mientras que las instalaciones del Grupo Bazan proveían alrededor de un 60 por ciento del diésel consumido en Israel y alrededor de la mitad de la gasolina.
En los días posteriores al ataque que dio inicio a esta masiva escalada regional, Netanyahu, en rueda de prensa en Tel Aviv, afirmó que sus acciones persiguen tres objetivos fundamentales: 1) la eliminación del programa nuclear iraní; 2) la destrucción de la capacidad de producir misiles del país; 3) la erradicación del “eje del terror”, en referencia al Bloque de la Resistencia articulado alrededor de Irán. A estos objetivos declarados se pudieran añadir al menos dos más, implícitos: 4) torpedear las negociaciones en curso entre Irán y EEUU y llevar a la nación norteamericana a un mayor involucramiento en el conflicto del lado israelí y 5) forzar un cambio violento de régimen en el país persa, incluso asesinando al Ayatollah Khameini si fuera preciso, como expuso claramente ante la prensa Netanyahu.
Lo del mayor involucramiento estadounidense, parece estarse concretando a toda velocidad. El lunes 16 de junio el Secretario de Defensa, Pete Hegseht anunció el despliegue de “capacidades adicionales” en la región, que se sumarían a las más de 50 mil tropas que EEUU tiene desplegadas en diferentes bases. Numerosos aviones tanqueros KC-135, al menos 12 F-35 y un portaviones con su grupo de combate ya se dirigen rumbo a la región. La Casa Blanca justificó este despliegue como una forma de “darle más opciones” al presidente en caso de que quiera intervenir en el conflicto.
Las reacciones internacionales han estado dentro de lo predecible, siguiendo la clara línea de fractura que hoy atraviesa la geopolítica internacional. De un lado los EEUU, la Unión Europea y sus aliados, incluyendo las monarquías árabes, cuyas acciones, pronunciamientos, medias declaraciones y silencios favorecen la causa israelí y ayudan a tender el manto de impunidad habitual sobre el régimen sionista. Del otro lado, Rusia, China y numerosos aliados de Irán, como Venezuela y Cuba, que no pueden ver con buenos ojos un ataque de esta magnitud a una nación soberana.
El conflicto en curso deja, hasta el momento, varios elementos útiles para el análisis. El primero de los cuales es la magnitud de la impunidad del régimen israelí. Su ataque consciente e irresponsable contra las instalaciones del programa nuclear iraní representa un peligro potencial no solo para Irán, sino para cualquier país, por la alta movilidad que puede tener, de generarse, una nube radioactiva. La propia Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA) anunciaba recientemente que el análisis de las imágenes de satélites de alta resolución indicaba impactos de los ataques sionistas en las instalaciones subterráneas de enriquecimiento de uranio de Natanz, además de haberse registrado niveles de radioactividad en algunos de los sitios atacados. Sin embargo, la OIEA no emite ningún juicio de denuncia contra las irresponsables acciones sionistas. De hecho, nadie en el bloque occidental lo hace.
Otro elemento atendible es la debilidad relativa de los muy costosos sistemas de defensa aérea israelí. Las Operaciones Promesa Verdadera I y II ya habían permitido atisbar estas insuficiencias, pero la actual las ha dejado completamente al desnudo. No solo son incapaces de detectar e interceptar a tiempo misiles hipersónicos, sino que además cuando lo hacen el costo es altísimo, ya que, como media, se necesitan dos misiles por cada uno que se intercepta. Esto tensa las reservas israelíes de los costosísimos misiles, cuyas capacidades de producción anual, incluso sumando las de EEUU, no superan unos pocos cientos al año. Además, mientras en muchos de sus ataques Israel debe sobrevolar el espacio aéreo sirio y en ocasiones adentrarse en el iraní para poder atacar sus infraestructuras, las capacidades misilísticas persas permiten una respuesta masiva sin arriesgar equipamientos ni tropas.
Los medios iraníes han divulgado el derribo, hasta el momento, de 4 modernos cazas F-35, los cuáles, según la propaganda, son prácticamente indetectables y distan mucho del alcance de los sistemas antiaéreos convencionales como los que se suponía estaban en posesión de Irán. Una piloto israelí fue detenida en estas operaciones de derribo, aportando valiosa información para la inteligencia persa. Irán no se ha cansado de repetir que tiene armas en sus arsenales que sus enemigos no conocen y el derribo de estos F-35 pudiera dar prueba de ello.
Israel, según diversos estimados, posee un arsenal nuclear que oscila entre 90 y 200 cabezas nucleares, algo que añade una capa más de complejidad al conflicto en curso. Más aún cuando, en la sicología colectiva del ente sionista, están impactando con fuerza los cohetes iraníes y la devastación sin precedentes sobre sus modernas ciudades, como Tel Aviv, construidas en la tierra robada a los palestinos.
En este escenario, Washington puede contribuir a distender o a agudizar la situación, aunque con el equipo de gobierno actual, donde hay tantos prosionistas y operadores del lobby sionista, resulta difícil imaginar una posición sensata. Lo cierto es que Irán, a pesar de la dimensión de sus ataques, ha actuado con mesura, atacando solo objetivos económicos y militares y evitando atacar los silos nucleares, cuya ubicación conoce gracias a un exitoso cibertataque en meses pasados. Pero la sensatez persa tiene un límite y la locura sionista los está empujando, nos está empujando a todos, a la barbarie belicista y nuclear.