lunes, abril 21, 2025
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¿Qué clase de Paz es esta?

Por Fernando Buen Abad.

No se puede hablar de Paz, no se debe, mientras el total de los involucrados y las víctimas no participen en los medios y en los modos de esta Paz. Es indebido arrogarse el derecho a mediar por terceros que no pueden intervenir, y moderar, cualquier acuerdo que los involucre. Intervenir en igualdad de oportunidades, y principalmente, igualdad de condiciones. Todo lo demás es muy riesgoso y no poco sospechoso. También la Paz en un botín de los señores de la Guerra Cognitiva.

En el contexto de la política de Trump, que hace malabares turbios con su retórica belicista, su “Batalla Cultural” aumentó el presupuesto militar, promovió sanciones con bloqueos económicos agresivos para el reacomodo geopolítico en Groenlandia y Panamá, Venezuela, Irán, Cuba, China.

Al mismo tiempo, agita banderas contra las guerras. Si uno se pregunta por una perspectiva humanista seria, la “Paz” en la política de Trump debe interpretarse como la continuidad del belicismo semántico, sintáctico y pragmático para obligarnos a declinar el diccionario entero al acomodo de los magnates y de Paz imperialista, en la que la violencia económica e ideológica del capitalismo sigue intacta.

No es Paz, sino la continuación del comercio (y la guerra) por otros medios. Ese palabrerío de Trump no es preocupación genuina por la Paz, sino la tranquilidad de los comerciantes para un realineamiento de los intereses del capital estadounidense y sus secuaces. Frenarle el financiamiento a Zelenski, no busca la Paz en términos humanitarios profundos, sino una filantropía burguesa para la renegociación del saqueo. Si la guerra sigue, el complejo militar-industrial se beneficia; si termina, las grandes corporaciones entran en la fase de reconstrucción y explotación de los recursos. Y quieren que a eso le llamemos “Paz” muy agradecidos, dóciles y cómplices.

Con ojo de águila, Trump tiene la mirada puesta en los recursos naturales y la mano de obra esclavizada de Ucrania -desde el gas hasta la agricultura- y en su “reconstrucción inmobiliaria” sigue la lógica del capitalismo en crisis: donde hubo guerra, habrá negocios. No es una Paz, sino una redistribución de quiénes se enriquecen con el conflicto. Sí, y esto sigue una lógica imperialista clásica: la Paz no es un fin en sí mismo, sino un cambio en la administración del saqueo. Trump no representa una ruptura con la intervención estadounidense en Ucrania, sino una reconfiguración de los actores beneficiados. Y del imaginario colectivo asfixiado con “fake news” y distorsiones de todo calibre.

Si los Demócratas han comerciado con la guerra para alimentar el complejo militar-industrial y debilitar a Rusia -en una estrategia prolongada- Trump se orienta más hacia el modelo de “capitalismo de reconstrucción”, económica e ideológica donde las corporaciones estadounidenses -desde las energéticas hasta las inmobiliarias- entran a escena cuando cesan los bombardeos y reparten los naipes con tahúres “nuevos”. Así ocurrió en Irak, Afganistán y los Balcanes. Eso que presenta como “Paz” es, en realidad, un nuevo reparto del botín. Y de nuestra parte esperan aplausos.

Pero hay protocolos internacionales para pactar la Paz, que deberían perfeccionarse y despegarse de la demagogia diplomática vulgar en que se empantanan. Varían según el conflicto y los actores involucrados, pero existen marcos normativos y procesos ampliamente reconocidos. Algunos de los más relevantes son: la Carta de las Naciones Unidas (1945) las Convenciones de Ginebra (1949) y Protocolos Adicionales, los Acuerdos de Oslo (1993-1995), los Acuerdos de Dayton (1995), la Guerra de los Balcanes. Los Acuerdos de Paz de La Habana (2016). De cada uno aprendimos que las víctimas deben ser primeras en consideraciones y en resarcimientos.

Desde una perspectiva humanista de nuevo género, los acuerdos de Paz no son deben ser un fin en sí mismos, sino una fase dentro de la lucha de clases y las contradicciones entre los Estados. La Paz, en términos burgueses, y sin tocarle un pelo al capitalismo, suele ser la continuación de la guerra por otros medios, ya sea a través de la diplomacia, la explotación económica o la hegemonía cultural. El imperialismo es la fase superior del capitalismo (1916), y sus guerras objetivas y subjetivas, señala responden a disputas por la redistribución del mundo entre potencias. Luchas inter-burguesas. Nunca significa la eliminación de la opresión, sino su reorganización. No se puede confiar “ni un tantito así” en la Paz decretada por los Estados capitalistas. Toda Paz capitalista, aun pareciendo un alivio circunstancial, es una ilusión mientras exista explotación.

Sólo es posible la Paz verdadera con la derrota de toda desigualdad, toda injusticia y toda postergación. No significa esto el desprecio por las treguas estratégicas para organizar la ayuda a las víctimas y el cese de los asesinatos legalizados por las burguesías, pero nunca reemplazaran la necesidad de ir al fondo de ese inferno y superarlo definitivamente. Toda ilusión de Paz burguesa es siempre provisional, mientras la raíz de la explotación siga intacta. Aunque prometa Donald una “edad de oro”, su guerra comercial, librada a toda velocidad, y sus múltiples medidas de desregulación tienen el primer efecto que es desestabilizar la economía de mundo y la vida de los seres humanos. Europa responde con nuevos aranceles, al tiempo que aseguran una réplica severa frente a Trump quien, a su vez, promete una nueva salva de saliva y de sanciones. Además, prohíbe el uso de vocabularios que puedan describir las desigualdades y la discriminación contra el pueblo norteamericano, especialmente si son voces de rebeldía. Y mientras se vende a sí mismo como el heraldo de la “libertad de expresión”. Una guerra en todos los frentes pero con un sólo objetivo: acentuar el dominio de los dominantes. Como siempre.

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