Por José Ernesto Novaez Guerrero.
América Latina es un escenario político en constante evolución. Las inmensas riquezas naturales, su pluralidad poblacional y cultural, sumado a las contradicciones internas y los diversos actores geopolíticos que confluyen en la región, hacen del continente un espacio central en la disputa hegemónica en curso en el mundo contemporáneo.
Quizás uno de los aspectos más importantes y que definirá la evolución de múltiples procesos en el área, sea el retorno de la administración Trump al gobierno de los Estados Unidos, esta vez con un nacionalismo mucho más agresivo y un enfoque más centrado en la presión y la obtención de beneficios materiales en el corto plazo para el capital norteamericano.
Desde el punto de vista económico, Trump pretende recuperar la preeminencia norteamericana en el área, desplazando a China, principal obsesión del magnate republicano y cuyo peso en la economía y el comercio regional no ha parado de crecer en las últimas décadas, al punto de que es hoy el primer socio comercial de buena parte de los países de la región, incluyendo economías tan importantes como la de Brasil. Para ello desde su administración se impulsa una agresiva agenda, que va desde presiones y chantajes en torno al Canal de Panamá y amenazas de sanciones a países como México, hasta una activa proyección para hacerse con las inmensas reservas de litio del Cono Sur del continente.
Trump y sus acólitos también impulsan lo que han denominado como una “batalla cultural” contra las ideas de la izquierda en la región. Esto no solo va de presionar a gobiernos progresistas de diverso signo, sino también de favorecer y promover el ascenso de actores de ultraderecha, sobre todo aquellos con una clara afinidad al gobierno norteamericano. Esto no solo se concreta en los vínculos con personajes como Milei y Bukele, sino también con la estrecha cercanía a la familia Bolsonaro, en Brasil y el apoyo a la derecha uribista, en Colombia, además de otros caciques regionales.
Para los proyectos de resistencia activa contra el imperialismo norteamericano en la región, como Cuba y Venezuela, se presentan un grupo de retos que deberán sortear. Aunque la intención inicial con Venezuela pareció ser de acercamiento, ya se ha anunciado la prórroga por un año más del decreto presidencial de la era Obama que calificaba al país como una amenaza inusual y extraordinaria para la seguridad norteamericana, con lo cual quedan abiertas las puertas para un amplio espectro de medidas en contra del país.
Contra Cuba, la política parece ser de máxima presión. Mantener el Bloqueo con todas las medidas añadidas en el anterior mandato del republicano, sumar algunas, recrudecer la persecución financiera y acentuar la crisis de la isla, al tiempo que se financia una contrarrevolución interna que pueda aprovechar la emergencia de un nuevo escenario de protesta social, producto del deterioro de las condiciones materiales de vida.
Otro aspecto fundamental para el futuro inmediato de la región, es el signo de los gobiernos que deriven de los comicios electorales más cercanos en el tiempo, sobre todo por lo que representará en el sentido de la reemergencia de un nuevo bloque de gobiernos de izquierda que articulen posiciones comunes contra Estados Unidos y fortalezcan mecanismos de integración regional, como la CELAC, el MERCOSUR o el ALBA o, por el contrario, se articule un frente neoliberal autoritario, subordinado a los intereses del capital norteamericano.