Por William Castillo.
Imagina que vives en un pueblo llamado Grafton, Argentina, y que una feliz tarde, después de un buen partido de fútbol, te llega una inspiración y le propones a tus amigos crear algo y venderlo. Algo que no les cueste nada, que no valga nada y que la gente compre.
A todos, menos a ti, les parece una idea descabellada, pero tú los convences con el irrebatible argumento de que eso, precisamente, es la economía hoy: no se vende lo que se produce, hermano, se vende lo que la gente compra, no importa si son piedras de río, robots sexuales de inteligencia artificial o figuritas de Lladró quebradas. No lo olviden, chicos, estamos en el siglo XXI. Marx murió hace más cien años, nadie te va a acusar de explotador.
Finalmente, en plan de audaz emprendimiento, deciden inventar una moneda digital, una supuesta criptomoneda, a la que le ponen por nombre “Libra” porque es tu signo zodiacal (recuerden, lectores, que esta es una historia imaginaria). Tú y tus amigos se aprestan a lanzarla en internet, a ver quién se engancha.
Cuando todo está listo para la emisión de “Libra”, mágicamente se encuentran en un hotel del centro de Grafton con el presidente de la República, Javo Ponzi (que, ¡oh, feliz coincidencia!, resulta ser librano también) y le hablan del proyecto. No pongas esa cara. Esto es posible porque en la ficción todo puede pasar y cualquiera puede hablar con el presidente del país.
A los tres minutos de haber lanzado tu moneda digital, Ponzi —visiblemente entusiasmado— emite un post en la red en el que recomienda invertir en la nueva moneda lanzada desde Grafton porque es un nuevo maná, un tiro al piso que va a impulsar la economía hasta el cielo y ¡viva la libertad de comprar, carajo!
A partir de ahí, como en el cuento de Hamelin, impulsados por el post del gurú mandatario, miles se lanzan a una carrera frenética detrás de la música financiera que emana de la flauta; van en busca del nuevo activo pensando en que ahora sí, mi amor, saldremos de abajo. Unas 44 mil personas compran acciones de la nueva cripto a través de internet y le envían su dinero a cinco cuentas —ahora se las llama billeteras virtuales—: la tuya y la de tus cuatro amigos.
Mucha gente se gasta la plata que no tiene y en pocas horas la nueva Libra (que a estas alturas ya no necesita comillas) es un activo que ha adquirido un valor de mercado de varios miles de millones de dólares. ¡Milagro!
Transcurre una hora. La nueva cripto es un boom y la gente está como loca pensando que se ha hecho millonaria en menos de un día. Es en ese momento que llamas a tus panas y le dices: “Es tiempo de pinchar la burbuja”. Y entonces, las cinco billeteras virtuales retiran aceleradamente (80%) del dinero recibido de todo el mundo por las acciones de Libra y el precio se desploma en cuestión de minutos. Los casi 50 mil inversionistas han perdido lo invertido. Sus acciones ahora valen cero, mientras tú y tus cuatro amigos del fútbol se han embolsillado 90 millones de dólares. Nada mal para algo que no vale nada: Una “memecoin”.
El escándalo explota. Los medios de comunicación se llenan de programas en los que entrevistan a expertos, ninguno de los cuales previó la burbuja, que ahora están dispuestos a explicar delante de las ruinas de tu casa por qué el terremoto la derrumbó. La asociación nacional de promoción de las pirámides asegura no tener nada que ver con el caso. La justicia, tan lenta como de costumbre, bosteza sin enterarse de nada. Un estafador de nombre Cositorto, desde prisión, se propone para asesorar en el caso.
Desde todos los lugares y colores de la casta política se dan golpes de pecho. Esto nunca hubiera sucedido si el presidente Ponzi se dedicara a gobernar y no a jugar a la ruleta rusa financiera. En cada esquina del país se escucha un rumor de perplejidad. Mientras, Ponzi, con cara larga, jura no saber por qué dijo lo que dijo. Pero no importa. Ya vendrá un nuevo alboroto.
El escándalo “Libragate” es el más reciente y distópico episodio de esa curiosa historia que ocurre al sur del continente, en un país conocido por el tango, la buena carne y el fútbol.
Un país regido por un gobierno que, en nombre de la libertad, ha arruinado a la clase media, disparado la pobreza a niveles superados hace tres décadas y paralizado la industria nacional en poco más de un año; el régimen de un outsider que vive jugando a la bicicleta financiera para mantener una ficción de normalidad, aparece ahora embarcado en el poco disputado rol de promotor de una estafa financiera.
La estafa de la cripto Libra, como lo describiera la ex presidenta Cristina Fernández, ha convertido al Estado argentino en un casino y al presidente del país en un croupier utilizado por delincuentes y aventureros como ancla para robar a incautos. ¿Sabía Javo Ponzi (alias Javier Milei) lo que hacía, o simplemente fue engañado? En ambos casos, el economista que merece el Premio Nobel, el mayor referente mundial de la derecha, ha quedado tan mal parado como los incautos inversionistas de la Libra. O es un mandatario ladrón, cómplice de una gigantesca estafa internacional —lo cual lo hace merecedor a la destitución—, o es el más incapaz, ignorante e irresponsable de cuantos hayan pasado por la Casa Rosada, lo cual es tanto más grave.
Nicolás Maquiavelo escribió una vez que el príncipe (el que está en el poder) nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas. Decía el gran estratega florentino que el hombre de Estado considera siempre hacer promesas como una necesidad que tuvo en el pasado, pero que romperlas es siempre una necesidad del presente.
Javier Milei llegó al poder prometiendo todo lo contrario de lo que ha hecho. La casta que ha impuesto en el gobierno es la más corrupta y perversa que pueda imaginarse. Y hoy, uno de los países más poderosos de esta región está sumido en la ruina económica y moral.
El príncipe que ayer encantaba con la flauta de la libertad ha quedado como el más vulgar ladronzuelo y estafador. Ese es su presente. Sólo el pueblo argentino podrá decidir si su futuro será el de Bernie Madoff… u otro.