Yo escribí lo que voy a compartir y voy a tratar de leerlo hasta el final, sin mucha pausa. Piedad en tu aniversario. Agradezco a todos los que están hoy aquí en el inicio de una serie de actividades que rinden honor a una buena mujer. Puedo imaginar que quien no la conoció personalmente, la vio por la tele, por las redes o supo de ella de alguna forma y se suma a este sencillo acto es porque logró identificarla con lo especial, con lo único. Porque piedad no dejaba indiferente a nadie y pasar inadvertida, ¿no es cierto Camilo?, no era una posibilidad que contemplaba. Nació para hacerse ver y con ella las causas que como nadie defendió. Era una feroz guerrera de sus ideas y de sus ideales. Eso evidentemente no puede ser invisible o invisibilizado. Gracias a todos pues por estar aquí. Piedad era una buena mujer, como dije, pero tenía cosas que la hacían excepcional. Yo recuerdo haberla visto como senadora con un traje sastre marrón claro, peleando en el Congreso colombiano para que se aprobaran leyes en favor de los que nadie habla, de los nadies, de los negros, de los indígenas, de la comunidad gay y de lo que nadie se atrevía en ese momento, la paz. Extrañamente en Colombia hablar de paz sigue siendo subversivo, contrario al orden, contrario a lo esperable o deseable. Y ella habló de paz desde aquella época y se fue de este plano hoy hace exactamente un año hablando de paz. Para lograr la paz a piedad le tocó ser ella, todo su cuerpo, su alma, su humanidad, blanco de la guerra. Yo la veía y me sorprendía cómo en medio de semejante ataque ella podía volar como una mariposa, levitar entre las miserias, flotar entre las amenazas y sonreír, siempre sonreír. Le encantaba un chiste, sus carajadas resonaban. Quizá ese humor la salvó de tanta bala por muchos años. Un día en Caracas se le ocurre pedirle al presidente comandante Chávez que le ayudara a concretar un acuerdo humanitario para que la gente que llevaba años retenida en las selvas colombianas, metidas en jaulas y para que guerrilleros presos en las cárceles de Colombia tuvieran una segunda oportunidad sobre la tierra. Qué locura la de piedad, ¿no? Pedir la libertad de gente que estaba retenida. En el sinsentido del que hablamos, esto le costó a Piedad el inicio del capítulo más grande de infamia que alcanzó también a todos los miembros de su familia y el ataque sin pausa a su otro país amado, esta, nuestra Venezuela. El amor de Piedad por Venezuela también era una subversión. Piedad fue tal vez la colombiana que más amó a Venezuela. Y no es una expresión al viento. Hay múltiples evidencias de su compromiso con este, su otro país, nuestro otro país. Hoy, Piedad, este, tu otro país, también te recuerda cuánto te amó. Amor con amor se para. Siempre hablamos de esos ataques, pero también de sus hijos, a quienes quiso sin límites. Siempre tenía el tiempo para preguntar y opinar sobre las noticias, la coyuntura global y volver a hablar de sus hijos, de su mamá blanca y de su papá negro, de crecer en Medellín, de ser negra, de ser antioqueña, de ser liberal, admiradora de Jorge Eliezer Gaitán. Siempre hablaba hacia adelante. Soñó y luchó por ser presidenta de su país y discursió por cuanto pueblito hay en Colombia buscando esos votos que luego sumó para volver al Congreso. Estaba siempre lista a la hora que tocaba arrancar, organizada de punta en blanco, sin quejas y con los labios llenos de brillo. Qué elegante era Piedad, ¿no es cierto? Se le midió hacer un programa de reportajes semanales en Telesur. Aquí estamos sus compañeros, buena parte de nosotros los que estamos aquí trabajamos con ella. En el que recorriendo el continente, trabajaba duro para llevar una causa justa de nuestra región a una pantalla que honró con su sola presencia. Los años duros de Venezuela, producto de la guerra que nos hicieron y que ella siempre denunció con todas sus letras, estuvo aquí, vino, nunca, nunca, nunca nos abandonó. Como dice el presidente Nicolás Maduro, el año en que comimos mango, ella también comió mango.
Además era una gran cocinera, hablamos por horas de la comida y de la música del Pacífico y un día cualquiera llegó a Caracas con una cavita y un arroz con piangua, para que yo no extrañara tanto esos sabores propios de ese mar que desde aquí se añora. Sí, Piedad tenía tiempo para cocinar, para escribir sus discursos, para planificar obsesivamente el camino para la paz y para bailar. Sus pies se movían solos sin importar parejo o pista. La paz, querida Piedad, sigue siendo una ilusión, sigue siendo una utopía. Si estuvieras aquí te diría que Natalia, tu hija, y Estefa, tu nieta, están bien y claro que te extrañan. Ya sabes, tu mamá está a tu lado ahora, Juan trabajando mucho y Camilo reorganizando todo para volver a empezar. Te diría que Venezuela brilla, que como tú siempre decías, esta gente es admirable, son unos berracos. Te diría que tu muerte nos asaltó, que quizá no vimos que tú misma estabas decidida a irte el día y la hora que quisieras, sin pedir permiso, sin que te abrieran paso. Te diría que tus sueños están en los sueños de los que hoy nos congregamos. Te diría que sí, sí, sí valió la pena. Nadie que te vio, que te tuvo cerca, es indiferente ante el valor de una mujer que murió en su ley y sin que la movieran un ápice de sus convicciones. Te diría que Cuba lucha sin pausa y con su dignidad intacta. Te diría tantas cosas, querida amiga, pero lo cierto es que estamos aquí, que hemos recopilado algunas de tus fotos en momentos significativos, que tenemos algunos de tus trajes, que hablaremos entre nosotros sobre los temas que te fueron esenciales y que nos comprometemos amorosamente a contarle a otros quién eras, cuál era tu esencia, a resaltar tu humana humanidad. Amiga con ojos, alas de mariposa, todo esto es en tu honor. Muchas gracias.
Patricia Villegas.